Nuevo clima, nuevos incendios, nuevas soluciones

Hace poco fui entrevistado en el diario El Español a propósito de la ola de incendios que ha asolado España durante el verano. El resultado se publicó y está disponible aquí.
Antes de publicarse, este tipo de textos son editados y censurados recortados con propósitos, supongamos, estrictamente de espacio de papel en la edición impresa o de bits en la edición en línea, nunca por motivos políticos en medios tan serios y no hay nada más que decir (😏). Yo, encantado de que me escuchen. En cualquier caso, como el texto original de la entrevista fue algo más larga que la versión publicada, me permito colgar aquí el texto original, porque, a mi modo de ver, lo que se quedó por el camino es tan interesante como lo que sí llegó.
El texto censurado recortado aparece a continuación en color.

 Antonio Jordán López

Deberíamos dejar de hablar de cambio climático y referirnos al nuevo clima


Bombera realizando una quema prescrita en el área forestal de El Berrocal, cerca de Almadén de la Plata (Sevilla), con equipo de protección y herramienta de ignición, rodeado de vegetación ardiendo y humo en un paisaje forestal.
Quema prescrita en el área de El Berrocal, cerca de Almadén de la Plata (Sevilla). Antonio Jordán/Flickr.


Usted habla de incendios de sexta generación, algo que califica como “apocalíptico”. ¿Cómo podemos explicarle a un ciudadano qué significa exactamente este concepto y en qué se diferencia de los incendios tradicionales?

El término "incendios de sexta generación" ha cobrado protagonismo recientemente, pero para una persona no especializada es fácil preguntarse qué significa eso de la “sexta generación”. En realidad la clasificación por generaciones de incendios es un concepto con un largo recorrido. Fue desarrollado hace ya casi 20 años por Marta Miralles (analista de incendios en el Grupo de Actuaciones Forestales, GRAF) y Marc Castellnou (responsable de incendios forestales en el Cuerpo de Bomberos de Cataluña como jefe del GRAF) en la Península Ibérica como una herramienta de planificación y adaptación. Su objetivo era categorizar incendios según sus características y plantear las acciones y estrategias necesarias de actuación por parte de los cuerpos de extinción en cada caso.

Aunque esta clasificación nace en un contexto geográfico específico (Cataluña y la región Mediterránea), su esencia y los desafíos que plantea son aplicables a una realidad global, que ofrece los mismos retos en diferentes partes del mundo. Esta clasificación sigue un orden cronológico, ligado intrínsecamente a la evolución antrópica del paisaje a lo largo de las últimas décadas y explica bien cómo nuestras interacciones con el medio natural, rural y urbano han transformado el comportamiento del fuego.

De forma sencilla, podemos definir un incendio de sexta generación como un incendio que se expande con rapidez sobre un área de vegetación seca y homogénea, que genera múltiples focos secundarios y tan potente que puede alterar las capas altas de la atmósfera, generando nubes de tormenta (pirocumulonimbos) que producen rayos y crean nuevos fuegos. 

En realidad, este tipo de incendios no son frecuentes, aunque así contamos con algunos ejemplos recientes como el de Sierra Bermeja, en Málaga. Pero incendios como los que estamos viendo estos días, que sí pueden clasificarse como de cuarta o quinta generación, reúnen el potencial para convertirse en uno de sexta.

¿Qué características debe reunir un incendio para considerarse de sexta generación y qué hace que sean tan impredecibles?

No sé si hay un concepto más gráfico que el de “tormenta de fuego” para describir esta situación. El fuego libera un intenso calor, es capaz de generar vientos, de modo que se comporta de manera impredecible.

La corriente de aire ascendente es tan grande y potente que puede modificar la atmósfera a gran escala. Bajo esas condiciones, se forman nubes de tormenta que originan lluvia, rayos que impactan sobre la vegetación seca o el suelo y forman nuevos focos secundarios de manera aleatoria.

En un contexto de olas de calor largas, recurrentes e intensas, las condiciones de la vegetación son las más adecuadas para que se produzca un incendio, y esto es una situación nueva. Solo un cambio meteorológico puede permitir que el fuego se apague o pueda ser controlado por los equipos de extinción de incendios.

En este caso, el cambio climático, de origen antrópico, aparece ya como un responsable directo. Se trata de una situación tan nueva y caótica que, de momento, los científicos no somos capaces de modelizar ni predecir su aparición o su comportamiento.


Vista del paisaje arrasado por el megaincendio de Minas de Riotinto (Huelva, 2004), con colinas ennegrecidas y restos de vegetación calcinada.
Imagen del paisaje tras el incendio forestal de Minas de Riotinto en 2004, uno de los más catastróficos de la historia de España. Antonio Jordán/Imaggeo.


Afirma que el cambio climático está en la raíz de estos incendios. ¿Qué peso tienen otros factores, como la acumulación de biomasa o el abandono del campo, en comparación con el calentamiento global?

Me gustaría precisar esto a lo que nos referimos con “cambio climático”. Afortunadamente, nadie duda ya del calentamiento global, a pesar de que los científicos llevan avisándonos durante décadas de ello. En este momento ya deberíamos empezar  a dejar de hablar de cambio climático y referirnos al nuevo clima.

Entre los factores comunes que podemos observar en los incendios de cuarta, quinta o sexta generación encontramos una alta velocidad de propagación sobre un paisaje homogéneo (como consecuencia del abandono del medio rural), la aparición de múltiples focos de fuego, producidos por rayos, pavesas o reavivación del fuego en zonas aparentemente ya apagadas, y el contacto con zonas habitadas. En incendios de este tipo, los equipos de extinción solo pueden limitarse a controlar el perímetro y salvaguardar a la población. Un incendio así se convierte ya en un problema de Protección Civil.

España lleva años sufriendo megaincendios. ¿Estamos peor preparados que otros países como Australia o Canadá o es un fenómeno global en el que todos llegamos tarde?

España disfruta de unos servicios de extinción de incendios enormemente valiosos y eficaces, con nada que envidiar a otros países, a pesar de las limitaciones en medios técnicos y las deplorables condiciones profesionales en las que los mantenemos.

En cualquier caso, lo que sí estamos viendo en otros países como Estados Unidos, Canadá o Australia es lo que los investigadores llamamos “paradoja de la extinción”. Hoy sabemos que si apagamos todos los fuegos, cosa que hacemos muy eficazmente, estamos suprimiendo un factor que ya modelaba el paisaje y la vegetación antes, incluso, de que llegásemos los humanos. Si apagamos todos los fuegos, solo estamos acumulando material combustible que, en algún momento arderá. Si nos fijamos en el número de incendios y la superficie afectada durante la década de 1990, por ejemplo, la causa está muy posiblemente ligada a la extinción de incendios durante años anteriores.

En cambio, es necesario que aprendamos a “convivir” con el fuego, que es un agente natural más. No se trata de apagar todos los fuegos, sino de comenzar a permitir fuegos de baja intensidad, controlarlos sin apagarlos, y, de esa manera, mantener bajo el nivel de combustible. Combinar estas acciones con medidas complementarias, como las quemas prescritas, el manejo de la ganadería y los herbívoros salvajes, una mejor gestión del paisaje agrícola y forestal y el control de la interfaz urbano-forestal, sería una estrategia más adecuada a la nueva situación que vivimos.

Los megaincendios son incendios que afectan a superficies de más de 10.000 hectáreas, esto no significa que sean más o menos violentos que un incendio de cuarta, quinta o sexta generación.

Efectivamente. Un megaincendio no es [necesariamente] tan violento, pero tampoco es fácil de gestionar. Si no recuerdo mal, el primero de este siglo fue el de Minas de Riotinto en Huelva, en 2004. Evidentemente, un incendio así causa unos daños al medio y a la sociedad enormes. Pero hablamos de dos cosas distintas: extensión y violencia. Un incendio puede ser enormemente violento y ocurrir en una superficie relativamente pequeña, limitado por fronteras como un río, la costa o una autovía.

Usted asegura que cuando se alcanza un megaincendio ya no es posible apagarlo, ni siquiera con más efectivos. ¿Qué impacto tiene esta afirmación en la forma en que deben organizarse los servicios de emergencias?

En un incendio de cuarta, quinta o sexta generación, el fuego evoluciona de modo muy veloz y aleatorio, especialmente si se producen nuevos focos por pavesas o rayos. En esas condiciones, el entorno no es seguro ni siquiera para los medios de extinción, que deben limitarse a controlar o dirigir el fuego a zonas más o menos seguras y a proteger a la población.

¿Hasta qué punto es eficaz la tecnología actual —helicópteros, aviones, cortafuegos— frente a incendios de quinta o sexta generación?

Seré breve: de ninguna eficacia.

Usted insiste en que la única vía es la prevención. ¿Qué significa en la práctica “gestión activa del territorio” y cómo se traduce eso en medidas concretas?

La prevención no puede ser la misma en todos los casos, porque depende del medio y las condiciones sociales y económicas. Pero en general, sí podemos hablar de algunas medidas preventivas bastante generales.

Crear mosaicos de cultivos, pastos y masas forestales que interrumpan la continuidad del combustible contribuye a evitar los grandes incendios forestales. Recuperar la agricultura y pastoreo extensivo, apoyar el consumo local con productos de cercanía para evitar el abandono rural y fomentar la presencia de herbívoros silvestres para reducir la cantidad de biomasa inflamable son medidas que evitan la acumulación de combustible. Realizar un nuevo tipo de gestión forestal selectiva (implementando cortafuegos, quemas prescritas, aprovechamientos silvícolas y pastoreo controlado) es necesario para adaptarnos a las nuevas condiciones climáticas.

Si somos capaces de cambiar el paradigma con el que nos enfrentamos a los incendios y aprendemos a convivir con el fuego, debemos asumir que eliminar totalmente los incendios es imposible y contraproducente. Los pequeños incendios son inevitables y necesarios para mantener un régimen de fuego sostenible.

Es necesario promover regímenes de incendios frecuentes pero de baja intensidad, en lugar de pocos incendios grandes y devastadores. Las quemas prescritas, de nuevo, son un gran aliado para este objetivo. Aunque cueste entenderlo, si evitamos políticas de “tolerancia cero”, que generan acumulación de biomasa y megaincendios, debilitaremos  las condiciones para que se desarrollen grandes incendios forestales en el futuro.

Es necesario profesionalizar (y esto es imposible con contratos de unos meses al año) a bomberos y gestores forestales, dotándolos de formación en ecología del fuego y planificación preventiva.

En cuanto a la interfaz urbano-forestal, reducir la movilidad en zonas forestales durante olas de calor para evitar conatos accidentales, evitar nuevas construcciones en zonas de alto riesgo y aplicar medidas fiscales disuasorias o una política de seguros política de seguros contra incendios asequibles son ideas que merece la pena aplicar.

Proteger los bosques maduros y los humedales, que constituyen zonas de refugio para la biodiversidad, seleccionar las especies mejor adaptadas a sequías e incendios a la hora de reforestar, priorizando criterios de resiliencia futura sobre modelos del pasado evitaría problemas con los que nos hemos encontrado durante las pasadas décadas.

Del mismo modo, es necesario fomentar la regeneración natural en bosques quemados, respetando los árboles muertos que sirven como refugio para muchas especies silvestres y ayudan en la protección del suelo.

Y, por último, todas las formas de mitigación del calentamiento global que conocemos, comenzando por el abandono de los combustibles fósiles, deben ser aplicadas inexcusablemente.

¿Qué papel pueden tener la agricultura y la ganadería extensiva en la lucha contra estos incendios?

La agricultura intensiva no ofrece ningún beneficio al medio ambiente, y esto significa que no nos lo ofrece a nosotros. Una gestión más sostenible, con menos insumos de combustible, por ejemplo, planificada en función de los recursos locales, de proximidad y distribuida en mosaicos de diferentes cultivos y usos naturales evita enormemente la aparición y propagación de incendios.

La ganadería extensiva o el manejo de herbívoros salvajes en las zonas forestales contribuye a la disminución de materia leñosa seca. Aunque la idea de “limpiar el monte”, como se suele decir, es bastante imprecisa y en ocasiones poco adecuada, el uso de animales herbívoros domesticados o salvajes sí es enormemente beneficioso desde el punto de vista de evitar el riesgo de incendios.

Plantea sustituir especies como el pino o el eucalipto por alcornoque o encina. ¿Qué dificultades reales hay para impulsar este cambio en un país con tanto terreno ya reforestado con especies inflamables?

No se trata de sustituir unos por otros, ya que los pinos siempre han estado ahí. El pino se utiliza para repoblar porque crece rápidamente y crea un horizonte orgánico superficial también rápidamente. Sin embargo, hemos visto que la política de repoblar con pino donde no había pino originalmente, crea muchos y graves problemas desde el punto de vista ecológico y ambiental.

Repoblar con encinas un encinar quemado a veces es difícil, porque las probabilidades de éxito no son muy elevadas siempre y exige muchos cuidados. Pero el matorral o las especies que forman las etapas de vegetación que llevan al encinar pueden ser adecuadas. Y esto, a veces, significa simplemente dejar que la naturaleza se recupere sin intervenir mucho. 

¿Qué responsabilidad tienen las administraciones a la hora de permitir la urbanización dispersa en zonas de riesgo?

Toda la responsabilidad. Pero soy optimista y espero que problemas tan graves como a los que nos estamos enfrentando en la actualidad cambien la forma en que los gestores manejan la interfaz urbano-forestal.

Seis o siete décadas atrás, quien vivía en el bosque lo manejaba, porque utilizaba los recursos. Era necesario mantener limpios los caminos para extraer el corcho de los alcornoques o la madera de las encinas.

Hoy, cuando la población que vive en esos entornos ya no vive de esos recursos, si no que se trata de segundas residencias, viviendas de alquiler o cámpings, el cuidado que se pone en mantener el medio en condiciones óptimas ya no es el mismo. No pretendo discutir sobre los beneficios o problemas del turismo masivo, pero en las zonas de riesgo es evidente que el manejo tradicional ha fracasado.

Dice que los científicos llevan décadas avisando sin que se les escuche. ¿Qué cree que ha fallado en la política española y europea respecto a la gestión de los incendios?

Hay aproximaciones diversas. Pero, en general, ha primado una visión cortoplacista y, por decirlo así, economicista. En general, ha habido una falta de previsión y confianza en los criterios de los científicos.

Siempre se puede echar la culpa a los pirómanos para eludir la responsabilidad en la aparición de incendios. Un pirómano, una negligencia o un accidente pueden ocasionar un fuego.

Sin pretender eludir la responsabilidad social o penal que pueda haber en la aparición de un incendio, que un fuego se transforme en un gran incendio forestal, un megaincendio o un incendio de sexta generación no es culpa de ningún pirómano. Es culpa de la gestión que se haya realizado durante los años anteriores del medio rural y natural.

Y me voy a explicar con un ejemplo: si un consejero de medio ambiente de una comunidad concreta se ve sorprendido por una ola de incendios mientras almuerza en, digamos, Gijón, la pregunta que hay que hacerle no es por qué está comiendo en Gijón, sino qué ha hecho durante los diez años previos que lleva siendo consejero de medio ambiente.

¿Considera que la sociedad española es consciente de la gravedad del problema o seguimos percibiendo los incendios como un desastre estacional más?

Hablar de “la sociedad española” es relativamente complejo. Si nos referimos a la sociedad española rural o a la sociedad española urbana, la conciencia del problema suele ser muy diferente.

En general, las personas que vivimos en las ciudades no somos o somos menos conscientes de la gravedad de los problemas ambientales, porque vemos en menor medida o más tarde las consecuencias. En el caso de los incendios, respuestas simples como elevar las penas por provocar un incendio causan cierto sonrojo por lo ingenuo de la cuestión.

Había incendios antes de que existiesen pirómanos y seguirán existiendo después. Pretender atribuir a los pirómanos la gravedad de la ola de incendios que estamos viviendo estos días a los pirómanos es infantil. Se trata de la gestión.

¿Podemos decir que los incendios de sexta generación son ya la “nueva normalidad” en España?

Afortunadamente, no. Pero si hablamos de los megaincendios violentos que estamos viendo en la actualidad, la respuesta es sí. Y, en cualquier caso, el riesgo de incendios de sexta generación es cada vez mayor. De lo que sí estoy seguro es de que hemos de aprender a convivir con el fuego.

Usted habla de lograr regímenes de incendios frecuentes pero de baja intensidad. ¿Cómo se puede llegar a ese escenario?

La mayoría de los incendios que se producen son fuegos de baja intensidad y severidad. Si somos capaces de controlarlos sin apagarlos necesariamente, estamos reduciendo la masa de combustible y la probabilidad de incendios grandes en el futuro. 

En este caso, la utilización de quemas prescritas, que comienza a ser vista de forma natural por muchos gestores, es una medida que ha sido aplicada con éxito en países como Australia, Estados Unidos, Canadá y, progresivamente, en España.

¿Es demasiado tarde para evitar que se extiendan los incendios de sexta generación o aún queda margen de maniobra?

Un incendio de sexta generación es imposible de prever. Siempre comienza como un incendio pequeño. Lo que sí podemos prever es la situación en que un incendio se transforma en un gran incendio forestal capaz de arrasar decenas de miles de hectáreas.

Una gestión del medio más adecuada a las condiciones en que ya vivimos, el nuevo clima que disfrutamos, es importante. Pero también una mayor conciencia por parte de la sociedad y, por qué no decirlo, una mayor responsabilidad como votantes y exigencia como ciudadanos.


Resumen

  1. Los incendios de sexta generación son fenómenos extremos y difíciles de predecir.
  2. Los incendios de sexta generación producen tormentas de fuego con nubes de pirocumulonimbos.
  3. El cambio climático es un factor clave, pero no el único.
  4. El abandono rural y la acumulación de biomasa aumentan el riesgo.
  5. La extinción total de incendios genera la “paradoja de la extinción”.
  6. La solución pasa por gestionar el territorio de forma activa.
  7. Agricultura y ganadería extensivas reducen el combustible forestal.
  8. Las quemas prescritas ayudan a prevenir grandes incendios.
  9. Los servicios de extinción son valiosos, pero insuficientes ante megaincendios.
  10. Debemos aprender a convivir con el fuego en el marco de un nuevo clima.


Preguntas para pensar un poco

¿Qué diferencia a un incendio de sexta generación de uno tradicional?

¿Qué significa que un incendio genere su propia tormenta?

¿Cómo influye el cambio climático en los incendios actuales?

¿Qué es la paradoja de la extinción?

¿Por qué el abandono rural aumenta el riesgo de incendios?

¿Qué papel juega la ganadería extensiva en la prevención?

¿Por qué no es eficaz la política de “tolerancia cero” con el fuego?

¿Qué ventajas tienen las quemas prescritas frente a la extinción total?

¿Qué riesgos implica construir viviendas en la interfaz urbano-forestal?

¿Cómo podemos convivir con el fuego sin eliminarlo por completo?

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