A lo largo de la historia hemos visto cómo el suelo degradado dificultó alimentar a poblaciones crecientes, como ocurrió en diversos momentos a lo largo de la historia. Hoy la agricultura enfrenta retos similares agravados por el cambio climático: el 80% de las tierras cultivas sufre erosión severa que reduce nutrientes, materia orgánica y capacidad de retención de agua, afectando los rendimientos. Las prácticas convencionales —laboreo intensivo, mecanización y ausencia de cobertura vegetal— aceleran la degradación, liberan CO₂, N₂O y CH₄ y transforman el suelo de sumidero a fuente de gases de efecto invernadero. Además, el cultivo continuo empobrece el carbono orgánico, tal como muestran comparativas entre bosques y suelos agrícolas en Andalucía y a nivel global. El reto es evidente: urgentemente se necesitan prácticas sostenibles o regenerativas que restauren la salud del suelo, mitiguen el cambio climático y garanticen la seguridad alimentaria, equilibrando producción y conservación...
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